21 junio 2008

Los cuentos inconclusos

era la intelectual del pueblo, la maestra, aquélla mujer que dominaba los signos, que domaba el trazo del lapicero o de la tiza en el encerado. Además, no sólo sabía cosas, sino que también conocía el terrible secreto de cómo contarlas, lo que llenaba de alegría a los habitantes del pueblo, y de desasosiego a ella . Y es que, aunque le encantaba inventar historias, crear personajes, imaginar sus vidas, también tenía el íntimo temor, que quién sabe cuándo apareció, de que al finalizar un relato también terminaría su vida.

Alguien le había dicho en una ocasión que la princesa Sherezade, aquella de las Mil y Una Noches, había conseguido hilvanar una historia interminable, compuesta de pequeños relatos cuyo final siempre se hacía esperar. Cada uno de ellos siempre dejaba una puerta abierta al siguiente, y al siguiente, y a muchos más, y en esa historia creyó ver la solución a su problema y a su aflicción por una más que segura muerte una vez acabase el libro.

Fue así como concibió un curioso método. Solía plasmar sus historias sobre papel y siempre, cuando cerraba una historia, cortaba la hoja del cuaderno un par de frases antes del final. Igualmente, cuando relataba uno de sus cuentos a los niños del pueblo siempre se detenía poco antes de acabar y pedía a los niños que imaginaran un desenlace, el que más gustase a cada uno.

Pasaron los años, y la maestra de los cuentos inconclusos vio pasar la vida en el trasiego de la aldea. La maestra nos dejó cuando era ya muy, muy mayor y hasta el día anterior estuvo contando historias, historias que repetimos todavía hoy, siempre las mismas y siempre diferentes, pues cada cual inventa su propio final.

Ah, se me olvidaba. Su sobrino me trajo un día un sobre gris, de papel grueso, bastante abultado. No lo he abierto y es porque sé que en su interior hay muchos trozos de papel, tan grandes como para contener un par de renglones escritos a pluma. En todos estos años imaginé mis propios finales para los cuentos de la maestra y ... me daría mucha pena leer los que imaginó ella.

11 comentarios:

  1. Querido Zorro!

    Nunca sé que parte de tus relatos es real y que parte es simplemente fruto de tu nostalgia romántica. En cualquier caso da igual, me dejas la puerta abierta a inventarme mis propios finales :-)

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  2. ya sabes, la realidad a menudo supera a la ficción, y a menudo, lo que nos parece un relato fantástico puede no ser más que una anécdota de una vida extraordinaria ...

    Un abrazo. !Y espero que esta tarde hagas uso de aquella bandera de España que te llevamos a Nueva York!.

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  3. eres genial.....

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  4. Ni de pequeña, cuando era "sumamente inocente" conseguía hilvanar un cuento. La realidad siempre destrozaba el relato que me obligaban a escribir en clase. Pero por eso siempre es bueno tener un romántico cerca, ¿no?

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  5. ¡¡Qué historia ta nbonita nos acabas de contar!! Me ha gustado mucho, que lo sepas.

    Besitos,

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  6. No sé si es ficción o recuerdo (bueno, tampoco sé si estas dos cosas son muy distintas), pero me gustaría que hubiera ocurrido de verdad y que ella guardara en un sobre los finales de sus relatos. También me gustaría que no abrieras nunca el sobre y que lo guardaras como un tesoro para siempre.
    Me ha encantado tu historia. Besos.

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  7. pues sabed que estáis todos autorizados a cambiar el final de la historia. Eso sí, enviadme luego esos dos últimos renglones y los guardaré en el sobre gris. Allí estarán bien acompañados.

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  8. Pues te cuento un final:
    El zorrolobo, hambriento como siempre de conocimientos perdió su voluntad atraido por el olor que despedía y rasgó el sobre gris, el cual ya tenía el rodal de la primera cerveza que se tomaba ese día, en el encontró una sentencia que decía "ESPAÑA MAÑANA SERÁ REPUBLICANA Y ADEMÁS GANARÁ A LOS RUSOS Y A LOS ALEMANES", embargado por la emoción se echó a la calle sin darse cuenta que estaba totalmente desnudo, sólo cubierto por el peludo velo que cubre a la buena gente.

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  9. Hay que ver Yañez, cómo te gusta el cuento de Caperucita ROJA. Por suerte es sólo eso, un cuento. Zorro, te enviaré mis dos renglones.

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  10. Me ha emocionado tu relato, mi madre era maestra...
    Abrazos

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  11. Bonita historia.

    Creo que es la decisión más acertada el no abrir el sobre. Si lo hiciera se perderían muchos sueños.

    Nos vemos

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