08 septiembre 2008

Tiempos difíciles



No se conocieron hasta que la muchacha cumplió 15 años, y eso que en la aldea vivían poco más de 500 habitantes. Cada uno en un extremo del pueblo, él habitaba en el molino que había junto al río y ella cerca de la Iglesia, en el centro de la aldea. Además, él tenía casi tres años más que ella y nunca antes se había fijado en aquella delgaducha pecosa..

La cosecha casi había terminado y los días, largos, invitaban a pasar la noche en la plaza, riendo y bailando al son de la gaita y el tamboril. El muchacho andaba ya por los corros de los hombres desde hacía un par de años. Mucho vino, grandes risotadas, miradas indiscretas hacía las muchachas solteras. También ellas bromeaban, más quedamente, sobre ése o aquél. Aquellas fiestas de Julio descubrieron que dos pares de ojos se imantaban irremediablemente entre la muchedumbre, fijos unos en los otros y despreocupados del resto de sus sentidos.

En pocos días recuperaron el tiempo perdido. El pueblo menguó sólo para ellos, y sus cuerpos se convirtieron en sombras uno del otro. Él se refrescaba en la fuente justo a la hora que ella hacía la aguada. Ella atravesaba la era dando un rodeo desde su casa, sólo para pasar junto al cerrado donde el chico y su familia recogían los últimos restos de la reciente siega. Una mirada bastaba para que el corazón ardiese todo el día.

De familias pobres ambos, no había impedimentos familiares para que la cosa terminara en boda una vez que él regresara del servicio militar. Dos años, que parecían eternos, pero que fueron corriendo tan rápido como las docenas de cartas, ligeras de letra pero cargadas de pasión que fueron y volvieron hasta los lejanos cuarteles.

La guerra alargó la ausencia, y cuando el chico volvió ella ya era de otro hombre. Arreglos entre familias para sobrellevar tiempos difíciles. Sus padres no compartían su pasión por aquel muchacho que combatía lejos, y la voluntad de la muchacha nada tuvo que oponer a la necesidad de la familia.

Una tarde de Septiembre, las copas de los álamos que crecen a la entrada del pueblo saludaron el regreso del hombre. Hacía años que se había enterado de las malas nuevas pero las cartas no habían cesado, ni tampoco sus sentimientos. A estas alturas ambos sabían que el recuerdo de aquellas caricias juveniles les acompañarían toda la vida y, con determinación, cerraron a cal y canto sus almas.

Él nunca gozó otros besos más que los que cada noche paladeaba en su recuerdo y ella continuó despertando, día a día, con la ilusión de encender sus cada vez menos furtivas miradas. Los encuentros casuales siguieron sucediéndose, como si nada hubiera pasado, y hasta ahora, cincuenta años después, estos novios eternos no han dejado de verse ni un solo día. El mismo candor, la misma alegría en los ojos no se ha consumido con los años, pues todo es mucho para quien poco espera.

Suelo verlos a mediodía, cuando el sol más aprieta y los viejos disfrutan la sombra del soportal frente al ayuntamiento. Ellos siempre se sientan juntos, silenciosos, tan ajenos a todo como aquella primera noche en la plaza. Y podría jurar que hay una especie de vereda entre sus ojos, como si no pudieran despegarse unos de los otros …

18 comentarios:

  1. joder, que poeta estás hecho....ni Alfonso Guerra en sus mejores tiempos escribía mejor.

    Abrazos periféricos.

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  2. Zorro, el mejor de los que te he leído. Uff, se me estaban poniendo mariposas en el estómago según avanzaba la historia,... romántica que se pone una a veces.
    Pero no me creo que no se colara en su habitación cuando se iba el marido, jajaja

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  3. Bella historia, maestro!. De las que ya no se escriben y menos se viven

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  4. Yo no sé para qué nos empeñamos en separar aquello que parece unido por naturaleza.

    :)

    Muy bueno, Zorro.

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  5. Eres, eres, que se yo lo que llamarte, un Zorro-Lobo de las historias románticas, de los sentimientos corazonianos, y te contaré algo que casi nadie sabe, esto mismo me pasó a mí allá por los años sesenta con mi antigüa mujer, pero sin ir a la mili, mucho menos a la guerra y además conseguí arrebatársela al mostrenco con quien la habían casado, me has hecho recordar el pasado.

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  6. Me has emocionado, enternecido... es preciosa la historia y contada ricamente.
    Hay miradas que atan.
    Muchas gracias y un abrazo.

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  7. Hermosa historia, y sabia tu mirada capaz de comprenderla y capturarla, para compartirla.

    Un abrazo,amigo.


    natalia.

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  8. muy buenas! lo primero gracias por tu visita! y lo segundo, bonita historia, sensible por los cuatro costados!
    nos leemos

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  9. Muy bella historia.

    Puede que cada uno lleve una historia parecida, aunque como esta tan larga difícil.

    ¿Es posible que cuando te devuelven la mirada justamente cuando pruebas a ver si te la van a devolver, es porque están sintiendo algo similar?

    Gerión

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  10. Cuánto amor ha matado el santo matrimonio.

    Bonita historia.

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  11. ¡Qué historia tan bonita! Como en el caso de la maestra, no sé si es verdad o te lo has inventado. Yo deseo con todas mis fuerzas que sea verdad y que si la verdad tiene que ser algo, por favor que sea algo tan hermoso.

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  12. ja, ja. Ya hay demasiada gente que escribe finales tristes. ¿Por qué no hacer algo melancólico, pero al final hermoso?

    Besos y abrazos a todos. Estoy contento de que os haya gustado el relato.

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  13. Tío, ¿de quién hablas? por más que repaso los abuelos del pueblo no se me ocurre ninguna pareja, bueno sí, una pero no me cuadra, porque relaciones más que platónicas las hubo y hay constancia de ello...

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  14. mira elabrao si te pones a buscar paralelismos con los especímenes que tenemos en Collado, te cargas el romanticismo de la historia. Imagina que pasó, y olvídate de asuntos de las Heras.

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  15. Huy, huy, huy, elabrao, que yo había pensado en los mismos, pero me parece que el asunto no se estropeó por la mili...
    Además nuestro ayuntamiento no tiene soportales.

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  16. ¡Que relato tan hermoso! Gracias.

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  17. que historia más bonita! de esas que producen ternura aún siendo muy tristes en el fondo...

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