12 agosto 2021

Un paseo por la ladera

prometíamos ayer... parafraseando a Fray Luis, que la siguiente entrada pasaría de la llanura a la ladera, antes de enfilar las pendientes de la Sierra Carpetana, dos mil metros y algunos más en sus más altos picos.

El camino comienza en la Iglesia de Collado Hermoso, San Nicolás, y sube por el llamado Camino de los Molinos, primero asfaltado pero que a 300 metros se convierte una pista blanca transitada por algunos vehículos de los residentes o de andarines que prefieren acercarse más a la montaña antes de tomar zapatillas y bastones. 



Pasados los primeros prados, frecuentados por el ganado local y algún zorro o jabalí en los atardeceres, se llega a un tupido bosque de roble melojo (rebollo), conocido como la Mata del Fraile en alusión a los que habitaron el cercano convento durante más de seis siglos. En esta zona se va apagando el rumor de la carretera y del pueblo. Por fin estoy en la naturaleza. No se suelen ver muchas aves en este tramo, quizá alguna paloma, eventualmente el cuco, gorriones, carboneros, pero por aquí aun desconfían de los humanos.

Algo más arriba, pasado ya el monasterio, los pequeños pájaros se hacen notar, y en los primeros pinares incluso encontramos alguna ardilla.



Estos pinos los plantaron nuestros abuelos. Los pinos se usaban como vigas, simple leña e incluso como varas para las judías cuando se cortaban jóvenes en alguna clara. La mayoría de ellos tienen ya más de setenta años.

Pasado el último molino, hoy rehabilitado como vivienda, un recodo del camino nos mete en la zona del pinar público, inaccesible con vehículos salvo a los ganaderos que alquilan (muy caro) el pasto a la Junta. Hoy estos montes no pertenecen a los pueblos y su gestión se hace desde Valladolid, con poca o ninguna atención a los habitantes de la sierra. Una pena. Un cultivo de pinos interminable, sin prevención de incendios como demuestra que los residuos de corta quedan abandonados en el suelo y sin plan de diversificación de especies vegetales. Un monte prácticamente abandonado, con los pros y contras que eso conlleva.

Me interno en el bosque y protestan las oropéndolas, con su graznido de córvido y su plumaje exótico. Se hace raro verlas fuera de un zoo o una jungla.

Oriolus Oriolus- foto de Wikipedia

Dirijo los prismáticos hacia la copa de los pinos y por fin atisbo una sombra de vivo amarillo. Un rato más de búsqueda y por fin la contemplo. Estará con nosotros un par de meses más hasta su migración al Sur, hacia el África tropical.

Al otro lado del arroyo, encontramos el prado de la Estilera, uno de los pocos que se libraron de la plantación de pinos. Los garrapinos se alertan unos a otros a mi paso y cruzan el camino volando. Un chochín hace chirriar su garganta. El camino es cómodo pues aunque es media mañana, las sombras de Agosto cubren prácticamente toda la pista junto a la cual pastan unas vacas tudancas a la vez que custodian a sus chotillos.


Paso el puente del río, junto a la Casita del Pescador. Lleva bastante agua, señal de que los pequeños manantiales aun lo están nutriendo. Se ven por doquier, la mayoría atollados por las pisadas del ganado. Y habiendo más agua, hay más flores y también más mariposas, cada especie en su planta nutricia como este cardo superpoblado.

Alcanzo los 1.700 metros y me dirijo a un claro que alguna vez estuvo habitado. Aun se distinguen los cimientos de un solar, con una estancia redonda (quizá corral) y dos o tres estancias cuadradas. También aquí hay aves de las que normalmente se encuentran en alturas más bajas, pero estos días aprieta el calor y las aves cambian de residencia. Bastantes petirrojos y algún carbonero, habituales, y los que huyen del calor, un mirlo y en equilibrio sobre un rosal silvestre, un alcaudón dorsirrojo. Precioso animal.

En el roquedo, restos de excrementos, plumas y egagrópilas de alguna rapaz. Probablemente un busardo ratonero.

Me entretengo un rato mirando el horizonte, Pelayos, La Cuesta, Turégano a lo lejos, pero es tiempo de bajar, a disgusto como casi siempre. Hasta pronto, naturaleza.

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