11 agosto 2021

Un paseo por la llanura

estando situado nuestro pueblo justo en el inicio de la montaña, es difícil dar un paseo sin cuestas. O vas hacia las tierras bajas, donde nuestros antepasados labraban (el paraje se denomina "El Labrao") o vas hacia el monte, tierra de rebollos, pinos y piornal al que dedicaremos otra lectura en unos días.

Hoy ha tocado un paseo por la llanura, comenzando en la Plaza de la Rubia de Collado Hermoso y tomando la ruta a Pelayos. Un camino bien reforzado con tierra apisonada hace un par de años y que se ha convertido en uno de los paseos favoritos de andarines de todas las edades. 

Salí hacia las nueve solo a pasear, pero como siempre, con los prismáticos en ristre y un jersey para capear estos aires mañaneros de Agosto. En Agosto, frío en rostro, dice el refrán, y desde luego es cierto durante la mitad del día. A partir de las 11 de la mañana, es otro cantar y el sol recobra su reinado cada día más corto. El jersey volverá atado a la cintura.

Aun quedan mariposas. Ha sido un año húmedo e incluso en estas praderas quedan flores de alfalfa o en varias especies espinosas. También las flores de mora empiezan a alimentar a todo tipo de insectos. Las mariposas que vi estaban alimentándose en los "gazapeos", como se llama aquí a la Jacobaea Vulgaris 



hubo un momento en el que me rodearon decenas de ellas, de una sola especie, la que aparece en la fotografía, en un remolino naranja y gris.

A lo largo del camino, árboles de la zona, robles (pocos), fresnos (muchos más), alguna bardaguera y olmos de pequeño tamaño. Llegando al término de Pelayos, a los lados de los caminos de concentración parcelaria ya pude ver bastantes espinos con sus endrinas ya listas para cosechar, y majuelos con el fruto aun en formación. Es una zona algo más húmeda.

Aves, pocas esta vez, un bisbita corriendo por el camino, una familia de alborotadores rabilargos, la pareja de arrendajos de preciosos colores, dos colirrojos sobre una roca centenera y, en una calleja sin salida más tupida de arbustos (e insectos), escuché a unos herrerillos y un mosquitero dando un concierto bajo la dirección del pinzón.

Cerca de Sotosalbos encuentro uno de los pocos restos de basura del día, un globo que dio una efímera alegría durante una fiesta y que se cansó de volar en medio de un prado.



Esta vez la basuraleza acabó en el contenedor correspondiente, pero ¡cuántos residuos dejamos!, a veces inadvertidamente, cada uno de nosotros.

Me detengo un rato, como hago a veces, para distinguir cada sonido entre el rumor del campo. Un juvenil de petirrojo, un escandaloso mirlo, una motosierra lejana, y a las doce pasadas, las campanas de San Miguel llamando a los rezagados al oficio.

Mientras escucho las campanadas me fijo en los restos de un roble en medio de un prado, devorados por los xilófagos, quien sabe si tras morir o si precisamente fueron ellos los causantes de la caída del árbol. Se diría que el fresno es más resistente a estas carcomas, "taladro" lo llaman, y por ello sale triunfante en esta latitud.


Suenan campanadas de nuevo, ahora hacia el Sureste. Son las de la Iglesia de Collado Hermoso. Los collalbos siempre fueron de levantarse más tarde, ja, ja. Me doy por avisado y regreso hacia el pueblo recorriendo las trochas realizadas por las vacas. Cuando desaparezca el ganado, parte del término se va a convertir en una jungla intransitable.

Mañana más, está vez hacia la montaña.

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