22 marzo 2006

Entre la esperanza y la desconfianza

Cuando he oído la noticia me han asaltado las imágenes de Miguel Ángel Blanco, de Ernst Lluch, de Tomás y Valiente, de Gregorio Ordóñez. Una tras otra se me han saltado las lágrimas, iguales que las que derramé cuando los asesinos dispusieron de sus vidas con el mayor de los desprecios. Hoy más que nunca entiendo a la gente del PP cuando pide que no haya piedad para los sicarios de ETA. Hoy más que nunca también lucho en mi interior por desterrar este sentimiento de venganza y deseo de todo corazón que nuestros gobernantes puedan hacer lo mismo, por los muertos, por los oprimidos y sobre todo por las generaciones que no han sufrido y que no deben sufrir la lacra del terrorismo.




Muchos millones de españoles nos encontramos en estos momentos entre la esperanza y la desconfianza. Ambos sustantivos pueden formar parte de una escala en la que extremos como la alegría o el odio supondrían una seria irresponsabilidad. Optemos pues por un paso intermedio, la cautela. Las personas tenemos buena voluntad, pero no solemos tropezar más de dos veces en la misma tregua. No podemos (ni debemos) olvidar el pasado reciente en el que la banda mintió, quemó, amenazó y mató. Tampoco sin embargo podemos (ni debemos) despreciar la oportunidad de evitar una sola muerte más.

Tienen ahora el Gobierno y el resto de los representantes un tremendo desafío por delante. Por una vez, decidan por el futuro de los españoles, no por el futuro de sus escaños. Sean valientes, pero no irresponsables.

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