20 julio 2006

EN EL OLVIDO

-. "Cada vez es más difícil encontrar los senderos. No entiendo como la gente no se pierde por estos lugares".
El viajero masculla sus quejas entre dientes mientras se aleja de la protección de las rocas. Lleva viajando varias jornadas y todavía no sabe si el camino elegido es el correcto. Y eso que durante muchos años su itinerario ha sido similar. De hecho, mirando cada piedra, cada árbol, cada sombra del páramo, su memoria se pierde en rostros difusos de personas que ya no conoce, y el viento le trae susurros entrecortados, frases incompletas, fragmentos de escenarios olvidados.
El viajero no entiende por qué ya no retiene el nombre de los lugareños tan sólo segundos después de haberlo oído. Es extraño que sus caras parezcan tan familiares y, sin embargo, tan vacías. Como si hubiese contemplado las mismas escenas mil veces y su interés se hubiese diluido como agua en la arena.
Absorto en sus pensamientos rayanos en la locura y la desesperación, ignora la presencia de varios habitantes de la aldea. Sin darse cuenta, ha entrado en la pequeña plaza del pueblo. Dos chavales se resguardan del persistente viento al abrigo de dos enormes y retorcidos olivos. La arena vuela a su alrededor, haciéndole sentir azotado por pequeños látigos e, instintivamente se dirige en busca de refugio al mismo lugar donde los chicos, en silencio, le contemplan con curiosidad.
El hombre se acurruca cerca de uno de los muchachos. Sólo se escucha el silbido del aire caliente y cargado de arena pasando entre los edificios de adobe que circundan la plaza. Las hojas de los olivos han adquirido un color apagado, oculto el verdadero tras una delgada capa de polvo. Los días fueron muy largos el pasado verano y la sequía convirtió la tierra firme en una volátil canícula que ahora flota entre las corrientes de aire. Poco a poco, en este anochecer casi de invierno, el frío, seco pero pertinaz, cala entre los ropajes de los pobladores. Cómo no va a hacerlo entre los harapos del forastero.
Uno de los niños ya se ha marchado. Una voz femenina saliendo de una de las casas cercanas ha gritado su nombre y el zagal, sin despedirse siquiera de su amigo, ha corrido hacia el origen de la llamada. El hombre intenta recordar la palabra, retener el nombre en los intersticios de su mente, pero de nuevo falla en su intento. Qué importan los nombres si ni siquiera puede relacionarlos con las personas.
El otro chaval le observa. Mira fijamente sus ojos cansinos, buscando entre la barba que recubre desordenadamente su cara algún signo de inteligencia o reconocimiento. De pronto, impaciente, salen de su garganta unas palabras en un idioma familiar, pero de alguna forma, extraño. A pesar de todo, el viajero comprende lo que el niño está diciendo, y sorprendido, deja sus ojos fijos en él.
-. Me llamo Yitzak. -dice el chico. -.¿y tú? No te conozco.
-.,No soy de esta tierra. -,el viajero comprende con unas décimas de segundo de retraso que la voz que está escuchando es la suya. Algún extraño mecanismo mental debe haberle despertado de su mutismo.
-. Vengo de Canaan y busco la estrella guía. Creo que me he extraviado. No reconozco estos caminos, aunque me parece haber visto antes esta aldea. Debe parecerse a las que visité en otros tiempos.
-. Sí pareces extranjero .-responde el niño. .-tus ropas son extrañas y tu lengua diferente. Apenas te entiendo. Y tu cara, tan pálida. Debes estar enfermo... ¿qué es eso de la "estrella guía"?
-. Busco la estrella para encontrar a mi señor, el Rey de Canaan. Hace muchas jornadas emprendimos viaje junto a otros grandes señores de los reinos vecinos. La estrella guía nos llevaba a cumplir la profecía. Allí donde se detenga la estrella, habremos de depositar ofrendas a un nuevo profeta, el más grande de todos, el elegido de Baal.
-. Yo no he visto ninguna estrella como esa que buscas, pero desde aquí se pueden ver muchas. Puedes elegir la que desees.
-. Busco la más brillante. Bajo su resplandor hallaré a mi señor. Estoy cansado de vagar por el desierto y sólo quiero volver a casa. Mi familia debe estar esperándome.
En ese momento, el viajero trata de evocar a su familia, pero sólo recibe recuerdos borrosos e imprecisos. Nombres sin significado se agolpan en su garganta a la espera de una imagen sobre la que posarse, pero ese momento no llega y el hombre torna meditabundo de nuevo.
-. Cómo es el hombre que buscas, extranjero. -., interroga el niño.-. Es posible que lo haya visto por aquí. ¿Es un soldado? Por aquí pasan muchos soldados. Van a combatir contra nuestros enemigos ¿sabes? Mi primo es soldado y es muy valiente. Está en Líbano matando terroristas.
El viajero mira extrañado. Hay algunas palabras que no comprende, pero no le importa. Su señor es un soldado, sí ¡un gran soldado!. Aún recuerda aquella vez que todo un ejército parto huyó antes siquiera de entrar en batalla. Tal es el respeto y temor que infunde mi señor.
-. El nombre de mi señor es Ménades, es un gran sacerdote de Baal. Cuando encuentre al gran profeta, mi pueblo recobrará la notoriedad perdida, y gracias a nuestro ejército, el profeta podrá hacer oír su palabra. Babilonia volverá a ser fuerte y temida.
-. Nunca he oído ese nombre. Quizá sea jordano o egipcio. Desde luego, no es judío. No es de los nuestros. Debes tener cuidado y no hablar así de un general extranjero. Podrías ser detenido...
Un gran estruendo sacude el crepúsculo y, a lo lejos, salpican el horizonte cientos de pequeñas luciérnagas fugaces. El extranjero se encoge más aún y comienza a temblar señalando las luces.
-. Tranquilo, dice el niño. Es sólo una escaramuza. Es Navidad y nuestro presidente ha decidido no dejar entrar en Belén a los palestinos. Están enfadados y por eso disparan. Los palestinos siempre disparan porque no les gusta que los judíos vivamos aquí. Bueno, la verdad no lo entiendo bien porque en esta aldea viven muchos y nunca nos hemos enfadado. Yo soy amigo de Alí y mi padre trabaja con el suyo en el campo. Creo que son amigos también.
El forastero se levanta y reemprende el camino. Desde hace algún tiempo, los habitantes de las aldeas por las que vaga repiten los mismos nombres que él no reconoce. Está seguro de no haber oído hablar nunca de ése Sharon o de ése Arafat, pero otras palabras, "Palestina", "Israel", "guerra", las escuchó desde siempre, desde que su señor se perdió buscando a aquel que llamaban "Mesías".
Arrastrando sus pies sobre las rocas, como miles de veces antes, su figura comienza a diluirse. Yitzak, buscando al extraño ser en la oscuridad de la fría noche sólo alcanza a oír el sonido de una respiración espectral alejándose de la aldea. Antes de desvanecerse del todo, el extranjero vuelve su cara hacia atrás y observa a aquel niño paralizado de terror pensando:
"¿cuál era su nombre?"


Carlos, Diciembre de 2001.

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