29 agosto 2019

El acebal de Prádena

El bosque de acebos. Un paisaje espectacular.

Aunque lo conozco desde nuestras primeras salidas a la montaña, la primera vez que lo disfruté de verdad fue hace unos diez años, un sábado en el que intentamos subir al Nevero junto con nuestros amigos de Guadarrama. Al llegar al Puerto de Navafría nevaba bastante y nos dio miedo dejar allí los coches por si luego no podíamos bajar. Hace diez años y ya nos estábamos haciendo mayores ... (prudentes dicen otros, ja, ja).


El caso es que sustituimos la ruta montañera por otra más suave por la acebeda de Prádena, y fue cierto que no hay mal que por bien no venga, pues la ruta nos encantó.



Es un paseíllo de unas dos horitas ida y vuelta desde la zona deportiva que hay junto a la Nacional 110, primero subiendo la ladera por la Cañada Real Segoviana y luego rodeando el bosque de acebos en dirección Sur.

Al llegar a la parte más alta nos internamos en el acebal y, de repente, se hizo de noche. Es cierto que aquel día de invierno el cielo estaba neblinoso, pero incluso un día claro la cubierta es tan tupida que las pupilas tardan en acostumbrarse. La falta de luz provoca que no crezca vegetación alguna bajo los acebos, y la humedad vuelve al suelo resbaladizo a causa del barro y los musgos. Un paisaje propio de gnomos o trasgos o algún bicho de esos que pueblan los cuentos de asturianos, vascos y cántabros.

Hoy hemos regresado en una estación distinta. Hay mucha menos humedad en el suelo pero la temperatura baja muchos grados nada más internarse entre los acebos. Lo hemos hallado solitario y silencioso, pues aunque el ganado sigue internándose en el bosque hoy no hemos encontrado vacas. Tampoco gente. La escasa afluencia de visitas es una buena noticia para la regeneración del antiguo acebal. En cualquier caso y como las vacas no cuidan donde pisan, los visitantes sí deberíamos mirar bien y en lo posible usar los senderos que los animales han dibujado en su paso diario. No hace falta crear otros para disfrutar el misterio del bosque. 


El bosque parece tener buena salud. Los acebos que bordean la cerca se hacen grandes y el interior parece cada vez más denso. El hecho de que haya pocos pájaros, apenas ninguno, proporciona un silencio hipnótico, tan bueno para pensar o soñar, que podríamos olvidarnos del siglo en el que estamos, del móvil, de las redes sociales, de las prisas, ...

Al abandonar el núcleo de acebos, por el Suroeste, encontramos una zona circundante de robles centenarios a ambos lados de un sendero PR que baja marcado con bandas amarillas. Los robles, melojos de más de un metro de diámetro y cubiertos de musgo, parecen custodiar el acebal. Por su estampa, estos gigantes denotan que fueron podados en el pasado para alimentar el fuego. Hoy los nuevos talles crecen sin trabas y superan en altura, aunque no en grosor, a los antiguos robles que tantas casas han calentado con su madera.



Como en aquella ocasión, hemos dejado a la izquierda el camino de Prádena y regresamos hacia la cañada, atravesando las praderas llenas de arbustos que durante siglos pisaron los rebaños de la trashumancia. Un paisaje realmente hermoso con la llanura de Castilla la Vieja a nuestros pies y las alturas de los Montes Carpetanos a nuestra espalda.

Me llevo un gran recuerdo para reforzar aquellos paseos de hace años. Preciosos los acebos, un árbol que estuvo cerca de la extinción en nuestra sierra y que hoy se recupera gracias a la sombra de los pinos y del abandono de su uso como combustible y materia prima para la ebanistería.



Ejemplar juvenil en los pinares reforestados de La Salceda

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