16 mayo 2019

A medio Mayo

Casi ha acabado la Primavera para el resto de la provincia, pero en la sierra hasta el cuarenta de Mayo nadie se atreve a quitarse el sayo. Sólo hay que mirar lo cobardicas que son los robles, que hasta ahora no han mostrado las hojas nuevas. No es tan raro que se hielen los brotes a principios de Junio o una buena granizada eche a perder los frutos de ciruelos y endrinos.

Mientras tanto, crece bien la hierba en los prados forrajeros de Collado Hermoso. Esta lluvia de Abril y Mayo ha venido  (como agua de Mayo). Las vacas y sus dueños se pondrán contentos. Se cuenta que hubo años en los que salió San Isidro en procesión para llamar al agua, pero también que alguna vez se le rogó para que parara de diluviar.

Bajan del monte cientos de regatos, y en otros tiempos sería el tiempo de limpiar los barrancos que llevarían a los campos el agua que no trajera el cielo. Ahora ya sólo se limpian para regar la Dehesa y queda la costumbre de celebrarlo junto al Árbol de las Regaderas.

Mirando hacia el calor, el mes que viene estará el pueblo de siega. Ahora una sola máquina hace el trabajo de cien manos y la hierba se guarda en grandes alpacas, no en los pajares como antaño.

En las portadas languidecen las herramientas antiguas, apiñadas en algún rincón: las guadañas, antes joyas de cada vecino, no tienen ahora filo sino óxido; las horcas, de dos, de tres, de cuatro, hasta de cinco dientes, han ido a la lumbre las más de las veces. Recuerdo que las dos vacas más grandes de cada casa tiraban del carro, de tabla en el armazón y madera y hierro en las ruedas. Hoy adornan jardines y el traqueteo es sólo un eco en la memoria. Quedan sin embargo sus rodadas en caminos como el que baja a Pelayos del Arroyo. Es fácil imaginar que ese camino, hoy cubierto de matorral, tenía entonces trajín diario de pueblo a pueblo y la gente se encontraría trabajando en las tierras, o transportando mercancías. 

Pelayos es la aldea más cercana a Collado Hermoso, pero hoy, como sólo vamos por la carretera, nos parece que está a cinco kilómetros cuando apenas hay uno y medio. De la cercanía quedan el testimonio de los bisabuelos intercambiados, muchos de ahí abajo, o de aquí arriba para ellos. Mozos y mozas tenían a un rato andando las fiestas de los respectivos pueblos, y el roce hizo el cariño. 

El camino a Pelayos atraviesa el paraje de El Labrao. En algunos prados, mirando con atención, aun se adivinan los surcos de la última labranza de cereal, de hace treinta o cuarenta años. En aquella época, raro era el trozo en barbecho.

Del pasado agrícola del pueblo, sólo restan unos huertecillos en la Calleja de Collado que regamos como antaño, por inundación, usando el agua que baja por la antigua cacera. Somos pocos hortelanos y cultivamos por gusto, no por necesidad como hacían nuestros abuelos. No obstante, sigue siendo un placer tomar tierra húmeda en las manos y trabajarla para obtener algún fruto.

Pero eso de recoger, ... será dentro de un par de meses, aun hay que entregar a la tierra tanto esfuerzo como fruto queramos recibir.


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