19 junio 2020

Madrid

La provincia limítrofe con la milenaria Segovia hace tiempo que ascendió a estatus de comunidad autónoma, nada menos. Quién lo diría para un territorio cuya administración dependió de otras plazas fuertes durante la mayor parte de la historia antigua y medieval.

Es la provincia de Madrid una planicie limitada por un par de ríos al Este y Sur y por una cordillera que corre de Nordeste a Suroeste. La principal ciudad nunca fue muy importante, una simple fortaleza de segunda sobre la vega de un río vecinal. Ni siquiera durante la dominación árabe tuvo gran influencia, y poco más durante los primeros años del reino unificado de España. Su vecina ciudad de Alcalá de Henares sí tiene más solera, primero como enclave celtíbero, luego ya como el romano Complutum y desde allí alcanzando pujanza tanto en Al Ándalus como en la Castilla medieval. Plaza fuerte, universidad, centro de comercio. Gran currículum en comparación con la pobre Mayrit (Magerit para los castellanos) y su exiguo río Manzanares

Observando la planta de la ciudad medieval, se advierten ciertas ventajas que la hacían óptima como plaza de tamaño medio. En Castilla hay decenas de fortalezas y atalayas construidas en riscos. Difíciles de tomar y también difíciles de expandir una vez que se consolida la posición, Sin embargo, la meseta elevada del solar de Madrid era perfecta para una pequeña ciudad, garantizando su defensa en terraplenes por tres flancos, y siendo relativamente fácil defender el lado Noreste con muralla y fortaleza.



Añadidos a la capacidad defensiva, un sinfín de arroyos proporcionaba el suministro de agua incluso en los veranos más secos. Y el alfoz, fértil y extenso con dominio sobre las vegas del Jarama y el Tajuña, garantizaba la cercanía de suministros.

Bien, estos factores la hicieron crecer rápidamente, pero ni de lejos al ritmo de Valladolid, Burgos, Segovia o Toledo, ni siquiera como Ávila o Salamanca, otras principales ciudades castellanas. La burguesía y la iglesia crecían es esos lugares. ¿Y en Madrid? nada. La Corte era itinerante en el final de la Edad Media, y los reyes no eran mucho más importantes que otros nobles. Digamos que los reyes entraban en las ciudades, "de prestado".

Una vez que se deja de guerrear en el territorio peninsular, con la unidad dinástica de los reinos de León, Castilla y Aragón, así como la anexión navarra y de los reinos musulmanes del sur, los reyes se vuelven sedentarios. Es sabido que los Reyes Católicos habían sido básicamente nómadas sin muchos prejuicios sobre el lugar dónde establecerse. 

A priori parece que la capital natural del nuevo estado ha de ser Toledo, por tradición visigoda y por la importancia de la iglesia, cuya sede principal se encuentra allí. Pero precisamente por guardar cierta distancia con la Iglesia, un poder rival, la realeza busca un nuevo lugar. Un lugar además libre del dominio de la nobleza, hasta entonces dueña de casi todo, y de ciertas amenazas aun latentes (Valladolid y Segovia habían sido bastiones comuneros). 

La nueva monarquía busca una sede sin interferencias de los poderes que la habían amenazado en los últimos cien años. Madrid es el sitio elegido.

La construcción de un nuevo alcázar y el gobierno de un rey muy sedentario como fue Felipe II consolidan la nueva capital. A una jornada se construye el palacio personal del rey, El Escorial, y la suerte queda echada. Los Austrias y luego los Borbones se asientan en Madrid y privilegian su posición hasta hacerla indiscutible. Simultáneamente, la ganadería y el comercio de la lana declinan y las rivales castellanas pierden importancia (con la salvedad de Salamanca y Valladolid).

Y así, aunque nuevos centros de poder mandan en la península en los siglos XVI-XVIII, las ciudades portuarias de Sevilla, Lisboa, Cádiz, las decisiones se seguirán tomando en Madrid hasta nuestros días.

Mirad, qué sigilosamente ha acabado dominándonos el poblachón manchego.


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