Los objetivos del milenio
Cuando la crisis golpea, lo primero que hacemos es apretarnos el cinturón, y prepararnos para ahorrar. Nos dedicamos a prescindir de chucherías varias y eliminamos los gastos superfluos. Lamentablemente, uno de esos gastos prescindibles suele ser la “limosna”, esa pequeña, e insisto en el calificativo “pequeña”, parte de nuestro patrimonio que algunos, e insisto también en eso de “algunos” ofrecen a quien carece de medios para alimentarse, vestirse o educarse. Ahora, con la excusa de la crisis, si esa contribución se redujera, la esperanza que lanzamos a África o Sudamérica en forma de maná limosnero se acabaría y a mucha gente no le quedaría nada, ni siquiera esperanza.
Algunos dirán que mi miedo es injustificado, pero razones hay de sobra para mosquearse. Hoy hemos celebrado la manifestación anual convocada en Madrid por Rebélate contra la Pobreza y como siempre hemos acudido cuatro gatos (bueno esta vez alguno más, lo mismo éramos cinco). Y es que el “buenismo” no está de moda. Oigo declaraciones rimbombantes de vez en cuando, pero luego cada uno vuelve a su casa y se olvida de los que agonizan fuera de nuestras fronteras. Algo parecido a lo que les pasó a los líderes mundiales hace ya casi 10 años, en Septiembre de 2.000. Entonces, los representantes de 189 países lanzaron en Nueva York una declaración que contenía los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio. A saber:
Objetivo 1: Erradicar la pobreza extrema y el hambre.
Objetivo 2: Lograr la enseñanza primaria universal.
Objetivo 3: Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer.
Objetivo 4: Reducir la mortalidad infantil.
Objetivo 5: Mejorar la salud materna
Objetivo 6: Combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades.
Objetivo 7: Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente.
Objetivo 8: Fomentar una asociación mundial para el desarrollo.
Quizá los llamaron así no por haberse enunciado en el año que finalizó el milenio, sino porque iban a tardar al menos 1000 años más en hacerse realidad. Cosas de políticos. Seguro que ese día cenaron bien.
Cuando la crisis golpea, lo primero que hacemos es apretarnos el cinturón, y prepararnos para ahorrar. Nos dedicamos a prescindir de chucherías varias y eliminamos los gastos superfluos. Lamentablemente, uno de esos gastos prescindibles suele ser la “limosna”, esa pequeña, e insisto en el calificativo “pequeña”, parte de nuestro patrimonio que algunos, e insisto también en eso de “algunos” ofrecen a quien carece de medios para alimentarse, vestirse o educarse. Ahora, con la excusa de la crisis, si esa contribución se redujera, la esperanza que lanzamos a África o Sudamérica en forma de maná limosnero se acabaría y a mucha gente no le quedaría nada, ni siquiera esperanza.
Algunos dirán que mi miedo es injustificado, pero razones hay de sobra para mosquearse. Hoy hemos celebrado la manifestación anual convocada en Madrid por Rebélate contra la Pobreza y como siempre hemos acudido cuatro gatos (bueno esta vez alguno más, lo mismo éramos cinco). Y es que el “buenismo” no está de moda. Oigo declaraciones rimbombantes de vez en cuando, pero luego cada uno vuelve a su casa y se olvida de los que agonizan fuera de nuestras fronteras. Algo parecido a lo que les pasó a los líderes mundiales hace ya casi 10 años, en Septiembre de 2.000. Entonces, los representantes de 189 países lanzaron en Nueva York una declaración que contenía los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio. A saber:
Objetivo 1: Erradicar la pobreza extrema y el hambre.
Objetivo 2: Lograr la enseñanza primaria universal.
Objetivo 3: Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer.
Objetivo 4: Reducir la mortalidad infantil.
Objetivo 5: Mejorar la salud materna
Objetivo 6: Combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades.
Objetivo 7: Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente.
Objetivo 8: Fomentar una asociación mundial para el desarrollo.
Quizá los llamaron así no por haberse enunciado en el año que finalizó el milenio, sino porque iban a tardar al menos 1000 años más en hacerse realidad. Cosas de políticos. Seguro que ese día cenaron bien.
Es algo que se nos olvida no sólo cuando hay crisis. Y en eso no puedo echarle la culpa a ningún político... aunque también la tengan.
ResponderEliminarEstoy con Perla: tienen culpa, y mucha, pero ninguna de que los demás no vayamos a las manifestaciones contra la pobreza o que no reservemos parte de nuestros sueldos a proyectos de desarrollo. Eso es, exclusivamente, culpa nuestra.
ResponderEliminar¿Objetivos?
ResponderEliminarPues más bien parecen "cosas a realizar si nos sobra tiempo, dinero y ganas".
En fin.
pues hala, el año que viene, ¡no faltéis! ¡sinvergüenzas, insolidarias! Es broma, je, je. Para purgar vuestra culpa enviad unos eurillos a la ONG más cercana.
ResponderEliminarDice ABC que solamente éramos 5.000. A mí me parecieron más, pero, en fin, esto de las cifras de las manifestaciones es un arcano.
se hecha de menos un articulo sobre la grandiosa despedida de soltero en logroño
ResponderEliminarViste el programa de ayer domingo en la 2 sobre la pobreza en los USA? muy bueno y clarificador.
ResponderEliminarSi te encuentras con Joe el Fontanero mándalo a la mierda de mi parte.
Yo creo que si estos proyectos no prosperan entre la gente común no es por falta de "buenismo" ni de interés, sino porque parecen metas inalcanzables. ¿Erradicar la pobreza? ¿Combatir enfermedades mortales? Suena a trabajo de Hércules. Ya sé que si todos hiciéramos una parte, no sería tan difícil, pero realmente parece algo muy difícil de lograr.
ResponderEliminarLos políticos son otro tema.